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Ficciones monógamas

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Instituciones sociales como el acuerdo de pareja monógamo están tan instalados en las lógicas del poder patriarcal capitalista que a veces incluso sus más acérrimas opositoras olvidamos que es producto de un acto de poder, de un régimen político de dominación sexista. Nuestras antecesoras feministas de la Segunda Ola lo pusieron en tela de juicio, lo cuestionaron pero no sólo desde sus teorías o discursos sino desde su práctica. Algunas a partir de intentos más o menos exitosos buscaron establecer relaciones abiertas y/o polígamas para romper de manera radical con los lazos sexistas del heteropatriarcado.

No quiero idealizar estas prácticas porque no se hasta qué punto les funcionaron pero si reivindico el esfuerzo político que realizaron al tratar de hacer coherente un discurso de libertad, autonomía y poder sobre si mismas con una práctica que buscaba retar, deconstruir y reconstruir otros cuerpos, otros placeres. Me aterra la reiteración acrítica de la lógica patriarcal monógama. Nosotras feministas que en teoría lo retamos todo terminamos encerradas en relaciones absolutamente tradicionales: celos, sentimientos de propiedad sobre la otra persona, vínculos amor/odio, todas lógicas al mejor estilo heteronormativo; mientras salimos a la calle a criticar al patriarcado por cosificar y subyugar a las mujeres.

Muchas dicen que “deciden” o “escogen” su monogamia, cuando lo que en realidad sucede es que no se plantean de una manera seria la posibilidad de construir otras formas de relación. Al asumir la monogamia como la única opción plausible se la convierte en un asunto aparte, apolítico, imposible de criticar o poner en cuestión y se idealiza la fidelidad. Persiste el miedo a ser feminista en el juego de pareja o se ejerce simplemente hasta el punto simpático, sin sobrepasar los límites. Aterra incluso la idea de plantear otros acuerdos y no se ejerce ningún poder en la negociación de las reglas de juego: todo se da por hecho y simplemente se reproduce la lógica tradicional.

El feminismo no es una dogma con principios últimos que todas debemos obedecer, pero si es un llamado a criticar, a cuestionar, a no tragar entero y a preguntarnos día a día qué estamos haciendo para derrotar este régimen. No creo que exista la feminista perfecta, pero creo en la feminista inquieta que a cada paso se pregunta por el valor transformador de su cotidianidad.

Huir de los patrones femeninos patriarcales es sumamente difícil y doloroso, un sacrificio que puede derivar en aislamiento y la soledad, sin embargo, vale la pena mantener una actitud vigilante y crítica sobre nuestras acciones, que permita socavar las bases que sostienen los estereotipos, las reglas y los acuerdos patriarcales acerca de la relación de pareja, “el amor” y otros inventos de ese tipo, porque de lo contrario, nuestras prácticas afectivas terminan cumpliendo la función para la que fueron creados: el control de nuestra sexualidad y de nuestros cuerpos.

Bombón